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Foto del escritorElena Maldonado

Llueve en Almería: una aventura

Soy una almeriense atípica: adoro los días nublados y la lluvia. La lluvia… ese maravilloso aroma a hierba y tierra mojadas y aire limpio. La lluvia siempre me pone de buen humor: es como si lavara todos mis malos pensamientos y sentimientos. Todo parece más fácil un día de lluvia.



La lluvia me trae recuerdos de zapatillas mojadas volviendo de la guardería junto a la ilusión de salir a buscar caracoles por los rincones del cortijo o la rambla a la entrada de El Alquián. Me dicen que ahora ya no se puede vivir esa aventura, que es ilegal coger los caracoles del campo. Yo no los cogía para comérmelos (siendo niña no me gustaban): lo bonito era rebuscar entre los arbustos y las hierbecillas para descubrir uno, otro, otro… ir llenando el cubo o la bolsa hasta que te cansabas de rebuscar y rebuscar y ya no eras capaz de encontrar ninguno más. Al llegar a casa mi madre se ponía contenta… o quizá no tanto: ahora le tocaba a ella el proceso de convertir mi aventura en comida. Meter los caracoles en algún lugar del que no pudieran escaparse (una caja de los tomates, algún saco del pienso) y estar echándoles harina durante unos cuantos días hasta que ya se suponía que habían soltado toda la tierra y se podían cocinar con arroz o patatas (tras el laborioso trabajo de limpiarlos muy bien). Como he dicho, entonces no me gustaba nada comer caracoles, así que lo que seguía después de mi “Aventura en Busca del Caracol Oculto” ni me interesaba ni me gustaba.


Recuerdo comer migas casi desde que nací

Otra tradición era, como no podía ser menos, la de comer migas. No, esto no es algo moderno: tengo 51 años y recuerdo comer migas casi desde que nací. Y no en días de lluvia como parece obligado ahora para todos los almerienses. En mi casa se comían migas en cualquier día: invierno o verano, lloviese o hiciese sol. Pero las migas en día de lluvia tenían un encanto especial. Más si me madre quería rememorar su propia niñez y las hacía en el fuego de leña con la sartén tiznada y colocada sobre las estrebes. Más de una vez me tocaba removerlas hasta que se quedaban bien bien deshechas. En casa teníamos muy pocos recursos entonces: casi todo salía de la tierra o de las manos de mi madre. Las migas las acompañábamos de arenques (el pescado más barato entonces), cebollas asadas en las ascuas y cerrajas recién cogidas del campo y remojadas en ese chimichurri de aceite, agua y vinagre que preparaba también mi madre.



Yo de niña no comía casi nada, ni migas ni ninguna otra cosa. Pero mi madre descubrió algo que hacía que me comiera las migas dobladas: acompañarlas del juguillo que deja la ensalada de tomate en el fondo del plato. Así que era cucharada de migas con su poquito de “escurridura” de la ensalada… la ensalada no, por Dios, yo odiaba la verdura. Lo cierto es que las migas admiten cualquier acompañante: tuve una amiga que se las comía con chocolate (como bien decimos en Almería: “¡hay gente pa´ to´!”).


Llueve en Almería… y mágicamente (o no tanto: a más de un ingeniero le decía yo cuatro cosas) se forman enormes charcos en cualquier parte, sobre todo en la ciudad justo en los pasos de peatones… ¡y lo que les gusta a los conductores almerienses pasar por encima con la “divertida” intención de salpicar a los peatones! Recuerdo una vez, tendría yo 16 años, que pasó un coche por mi lado y me salpicó tanto que me mojó hasta las bragas: ¡aún estoy echándole maldiciones al graciosillo!



También es “maravilloso” comprobar como, apenas caen tres o cuatro gotas en la ciudad, por alguna misteriosa razón se apagan o se ponen en ámbar todos los semáforos, lo cual unido a que cuando llueve en Almería todo el mundo coge el coche aunque sea para ir a la vuelta de la esquina, convierte el conducir en una aventura por momentos bastante peligrosa.


Lo del coche recién lavado es otra tradición almeriense

Llueve… Ya no puedo coger caracoles… pero siempre se puede dar un buen paseo por el campo para disfrutar de pisar la tierra mojada y embarrarte los zapatos o, mejor, las botas de agua (si las tienes). Las migas son obligadas, mejor en la buena compañía de alguien a quien le guste la tradición tanto como a ti (hay pocos pero algunos almerienses raros a los que no les gusta nuestro plato estrella). También es una buena ocasión para que se lave el coche, si lo tienes muy sucio, pero eso solo es posible si llueve muy fuerte. Lo del coche recién lavado es otra tradición almeriense: no llueve nunca, pero es seguro que al menos caen unas gotas si has lavado el coche hace poco, no falla. Tengo un recuerdo muy gracioso en este sentido. Hace unos años, después de haber disfrutado de un día de lluvia abundante, estando en casa a mi marido y a mí se nos ocurrió sacar nuestros respectivos coches para que se lavasen bajo la lluvia… y allí estábamos nosotros dando vueltas por el descampado mirando al cielo y sin que cayese ni una gota: la lluvia se escondió al vernos salir. ¡Cómo nos reímos! Esa es nuestra Almería lluviosa: toda una aventura .

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