La conocí en una de tantas estancias en la UCI de mi niña. La entreveía apenas cuando pasaba por delante de la habitación donde acompañaba de forma permanente a su hija, día y noche… menos aquella noche fatídica.
Me contaron que a la pequeña la habían operado de las amígdalas, una intervención en principio muy simple pero que se había complicado. Así que la ingresaron en la UCI, sedada e intubada hasta que estuviese mejor. Supongo que los médicos le dijeron a la madre que debía ir a su casa a descansar, que su hija estaba perfectamente atendida y que también era importante que ella repusiera fuerzas.
Al final la convencieron: era verdad, ella tenía que estar fuerte, tenía que estarlo para su hija, especialmente cuando se recuperase y pudiera mimarla y cuidarla como ella se merecía, era una niña tan dulce… Solo una noche, apenas unas horas, pensó, ir a casa, ducharme y descansar de verdad en mi cama. ¿Qué podía pasar? En la UCI todos los pacientes están perfectamente monitorizados y atendidos por un gran equipo de médicos y enfermeras que salvan a diario muchas vidas (yo puedo dar fe de ello, por tantas y tantas veces que han sacado adelante a mi hija). Así que le dio un beso en la frente y se marchó por primera vez a casa desde que había ingresado en el hospital, hacía ya muchos días. Solo unas horas, cariño, mañana por la mañana temprano estoy aquí, mami necesita descansar un poco, le susurró al oído.
Apenas hacía unas horas que se había marchado y todo iba bien
Pero algo fue mal. Algo falló. A medianoche la llamaron por teléfono: señora, véngase al hospital, ha ocurrido algo con su hija. Pero, ¿qué podía haber ocurrido? Apenas hacía unas horas que se había marchado y todo iba bien. Mientras iba en el taxi trataba de calmarse a sí misma pensando que no podía ser nada excesivamente grave. Pero al llegar a la UCI y ver las caras de todos los que allí estaban supo que ese nudo en la garganta tenía una buena razón de ser. No la dejaron pasar a ver a su niña: primero tenía que entrar en una habitación para hablar con los médicos.
Estaba como flotando: esperaba que le dijeran “señora, su hija ha muerto”. Era imposible, pero no parecía haber otra explicación. Pero no, no le dijeron eso. Le contaron que no sabían aún cómo (estaba sedada) pero que su hija, en medio de la noche, se había despertado y se había arrancado el tubo que le permitía respirar, es decir, se había extubado ella sola. Y sí, el protocolo funcionó correctamente: las máquinas empezaron inmediatamente a hacer sonar sus alarmas y todo el equipo acudió, pero a veces ni los mejores médicos pueden lograr lo imposible. La garganta de su hija estaba muy inflamada debido a la operación y tantos días de intubación. Probaron una y otra vez y no conseguían intubarla de nuevo.
El tubo no entraba, su pequeña garganta estaba muy cerrada. Al final lo consiguieron. En ese punto le dijeron que tenían dos noticias: una buena y una mala. La buena era que su hija seguía viva, habían conseguido estabilizarla y ahora volvía a respirar con ayuda de la máquina.
Lo malo era que su cuerpo, y por tanto su cerebro, habían pasado 15 largos minutos sin oxígeno, lo cual significaba… aún era muy pronto para saberlo pero el pronóstico no era nada bueno, no iban a mentirle.
La mamá, que solo se había ido un rato a descansar, escuchaba a los médicos incrédula. No puede ser, si estaba dormida, si yo solo me he ido unas horas. Ya, señora, pero a veces estas cosas pasan, a veces la sedación deja de hacer el mismo efecto pasados unos días, a veces los pacientes se despiertan a medias… ¿Cómo que a veces?, ¿y esto no está previsto?, ¿por ejemplo atando las manos de los pacientes para que no puedan quitarse el tubo en un momento de descuido?, ¿cómo que a veces?, ¿esa es la explicación que me ofrecen?, ¿a veces?
Solo sentía como las lágrimas corrían por sus mejillas.
Todas esas preguntas se las hizo interiormente, sin pronunciar una palabra. Solo sentía como las lágrimas corrían por sus mejillas. Ella solo quería ver a su hija. Y la vio. Aparentemente nada había cambiado: ella seguía plácidamente respirando y durmiendo, con sus ojitos cerrados. Sólo tenía algunas marcas en la cara de haberle cambiado los esparadrapos de sitio para sujetarlo el tubo y los sensores. Pero sí, había un cambio: le habían atado las muñecas a la camilla, ahora sí, ¿cómo es que a nadie se le ocurrió hacerlo antes?
Yo la veía cada día cuando iba a visitar a mi hija, a mediodía y por la tarde. Mi niña estaba en el módulo abierto y solo podía estar con ella unos minutos. Esta pequeña y su mamá estaban en un módulo cerrado, solo para ellas. Siempre veía a la madre con los ojos muy abiertos, sin quitarlos ni un segundo de su hija, la cara muy seria y demacrada. A veces me parecía que le susurraba algo, al oído, muy flojito. Otras vi a la niña con los ojos abiertos y la madre con una lámpara en las manos, encendiéndola y apagándola, para intentar que su hija reaccionaba aunque fuera mínimamente.
No volví a ver a esta madre y a esta hija nunca, ni supe más de ellas.
Mi pequeña, afortunadamente y una vez más, salió de la UCI unos días después. No volví a ver a esta madre y a esta hija nunca, ni supe más de ellas. Se decía que no había ninguna esperanza: tras tantos minutos sin oxígeno su cerebro había muerto y la niña había quedado en estado vegetativo. Supongo que volvieron a casa, esa casa a la que su madre solo fue durante unas horas. Y supongo que su madre aún hoy se sigue diciendo: vida, devuélveme esa noche.
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